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El acceso de los chicos a las redes: ¿restringir o educar?

La pregunta de fondo no es solo a qué edad dejamos entrar a los adolescentes a las redes sociales, sino quién decide qué merece su atención

27 de diciembre de 2025

Lo único que posee un ser humano es tiempo, y lo único que puede ofrecerle a ese tiempo es su atención. Ahí se juega una de las preguntas políticas y existenciales más candentes de nuestra época:¿quién captura la atención de los chicos y en beneficio de quién?

Australia acaba de implementar una de las respuestas más drásticas, la prohibición casi total del uso de redes sociales para menores de 16 años. Plataformas como TikTok, Instagram, Snapchat, X o YouTube deberán cerrar las cuentas de los menores y evitar que abran nuevas, bajo amenaza de multas millonarias. El mensaje político parece claro: "Tu tiempo y tu atención son demasiado valiosos para dejarlos en manos de estas empresas".

La intuición es comprensible. Sabemos que las plataformas no están diseñadas para maximizar bienestar sino minutos de pantalla. Las notificaciones, los feeds infinitos y los algoritmos de recomendación que aprenden como mantenernos frente a la pantalla convierten la atención en materia prima de un gran negocio publicitario. Frente a eso, padres y gobiernos sienten que la única defensa real es cortar por lo sano.

Pero la evidencia sobre el daño de las redes es más ambigua de lo que sugiere el tono apocalíptico del debate público. Hay chicos a los que las redes les hacen mal, empeorando problema de ansiedad, acoso o autoimagen, y otros para quienes son fuente de pertenencia, creatividad y apoyo emocional que no encuentran en su entorno offline. Prohibir de manera uniforme es tratar todas esas vidas como si fueran iguales, como si el problema estuviera solo en la pantalla y no también en la soledad, la escasez de espacios o actividades de recreación con otros chicos de carne y hueso o la falta de escucha adulta.

Además, para "proteger" la atención de los menores, Australia crea otro problema no menor, ya que para bloquear a los menores hay que identificar a todos. Eso implica nuevos sistemas de verificación de edad, con documentos o datos biométricos, que pueden terminar reforzando una infraestructura de vigilancia sobre la atención de la ciudadanía.

El resultado posible es menos chicos visibles en las grandes redes, pero más uso clandestino con cuentas prestadas, VPN y plataformas opacas; menos capacidad de acompañamiento adulto y más control sobre los datos de quienes sí cumplen las reglas.

Si realmente creemos que el tiempo y la atención de los jóvenes son un bien valioso, la solución no puede reducirse a expulsarlos del espacio donde hoy también se informan y se expresan. Hace falta limitar diseños adictivos y educar a chicos y familias para que aprendan a defender su atención y decidir a qué le entregan las horas irrepetibles de su vida.

La pregunta de fondo no es solo a qué edad dejamos entrar a los adolescentes a las redes, sino quién decide qué merece su atención: si unas pocas plataformas guiadas por la lógica del clic, o sociedades capaces de construir en lo digital espacios que honren el recurso más valioso que tenemos, nuestro tiempo consciente.

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